Mis abuelas decían que el Domingo de Ramos “quien no estrena, no tiene pies ni manos”, y yo este año decidí estrenar un Blog, recordando las viejas tradiciones; quiero recordar a mi bisabuelo (superviviente de la guerra de Cuba, que después murió víctima de la Gripe Española, en algún lugar desconocido del sur de Francia), recordar también a mis abuelos ya fallecidos y rendir un sentido homenaje a todas las personas ancianas que estamos perdiendo cada día en España víctimas de la pandemia por Covid19: sólo en residencias de Madrid, ya han muerto casi 5000 mayores en sólo tres semanas . Escribiendo se me saltan las lágrimas, porque son nuestras raíces y se lo debemos todo, abuelos y padres, que en plena Guerra Civil y posguerra fueron capaces de dar vida y criar a nuestros padres, y hoy mueren dando vida también, para que otras vidas más jóvenes puedan continuar (víctimas de una sanidad diezmada por los recortes, entre 1000 y 3000 personas menos en plantilla que en 2010), son los nuevo mártires de nuestro tiempo en este Viernes Santo de 2020.
Nuestros abuelos vivieron la etapa más dura de la historia contemporánea, cuando en la mayor parte de España sólo había hambre y miseria. El siglo XX comenzó con una Guerra Mundial, que dejaría 16 millones de muertos, 20 millones de heridos y otros 6 millones de víctimas posteriores por el hambre y las enfermedades; pero sólo dos décadas después el fascismo nos llevaría a una Segunda Guerra Mundial, la guerra más cruenta de la historia de la humanidad, que acabó con el 3,75% de la población mundial (unos 72 millones de muertos).
Durante el período de entreguerras, en medio de la España más profunda y pobre, nuestros abuelos pudieron vivir la experiencia de un pequeño oasis de cultura y educación, que incluso les permitió conocer el cine, gracias a las Misiones Pedagógicas: 500 intelectuales y profesores fueron los misioneros que llevaron la cultura a las localidades más remotas de la geografía española. Además del cine, llevaron la música, el teatro y un museo circulante (con reproducciones del Museo del Prado) hasta 7000 pueblos y aldeas. Inspirados por la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Estudiantes, crearon más de 5.000 bibliotecas, con 600.000 libros.
Mi madre disfrutó leyendo todos aquellos libros, aunque no pudo estudiar por falta de recursos, hija de agricultor y apicultor, pero sin dinero para pagar una residencia en la ciudad, libros y estudios.
Cuando años después el éxodo a las ciudades trajo la despoblación y se desmanteló la escuela del pueblo, una antología poética contemporánea volvió a nuestra casa. Recuerdo algunas tardes calurosas en los veraneos de mi infancia, cuando mi abuela me leía «Sensemayá, canto para matar a una culebra» (del poeta cubano Nicolás Guillén) y cómo me recitaba de memoria la Muerte de Antoñito el Camborio (del Romancero Gitano de Federico García Lorca), que aprendió cuando mi madre leyó de niña ese mismo libro.
La imagen de la niña lectora de Carrascosa de la Sierra (Cuenca) estuvo colgada en la fachada del pabellón de España durante la Exposición Universal de París (1937), que presentó al mundo el Guernica de Picasso.
Entre esta imagen y la anterior hubo un levantamiento militar y un golpe de estado contra la II República Española, que desencadenó la Guerra Civil, una guerra fratricida que duró 3 años y dejó casi 600.000 muertos (en los tres años posteriores, la población descendería hasta 1.100.000 personas menos).
En estos terribles momentos que ahora vivimos, pienso que lo último que nuestros abuelos querrían es ver de nuevo una España dividida, hostil, en pie de guerra hermano contra hermano… aunque algunos parecen interesados en caldear ese ambiente de crispación, de preguerra.
En una crisis universal sin precedentes, climática, sanitaria, económica y de valores, sólo la unión nos dará la fuerza para vencer las adversidades de la vida.