En verano disfrutamos del período de descanso más largo del año, unas semanas estupendas para disfrutar de tiempo libre en cantidad y calidad, reencontrarnos con nosostros mismos, para que aflore lo mejor que llevamos dentro, nuestra esencia.
La mayor parte del año permanece escondido nuestro “mejor yo”, porque suele acabar oculto en las profundidades del alma, ahogado por el estrés de la mala vida que llevamos habitualmente, en medio de una sociedad deshumanizada que nos condena a la soledad, y en un sistema que aisla a las personas para que se concentren exclusivamente en trabajar y trabajar, para producir y ganar dinero, para consumir desenfrenadamente en centros comerciales que constantemente estimulan nuevos deseos, que nos impulsan a seguir trabajando hasta morir, para ganar más dinero, y así hasta el infinito, anclados en una permanente insatisfacción y odiando esa forma de vida.
Durante las vacaciones, no tiene precio sentirse libre de las tareas, responsabilidades y ocupaciones propias de la vida cotidiana y el trabajo (remunerado o no). Personalmente, considero que lo más importante es tener tiempo para reencontrarse con personas, disfrutar con familia y amigos, que muchas veces resulta imposible en el día a día que vivimos, sin tiempo para nada y para nadie. En la vida, lo más importante son las personas, lo único importante verdaderamente, y fuente de la mayor felicidad para cualquier ser humano. Sin embargo, vivimos aislados la mayor parte del tiempo, cada uno en su casa y en su mundo, aceptando resignadamente esa renuncia a la mayor fuente de alegría y felicidad, que es el encuentro con otras personas, pero llegamos a separarnos incluso de quienes más queremo
Nos pasamos la vida repitiendo frases que se quedan en un desideratum que nunca se cumple: “a ver si quedamos un día” o “tenemos que vernos más”. ¿Por qué es tan difícil? Porque vivimos atrapados en los círculos viciosos del trabajar-producir-consumir y somos incapaces de parar, desconectar nuestro cerebro de esas “hiper-responsabilidades” muchas veces autoimpuestas, y pensar que hemos venido a este mundo para ser felices, es el principal objetivo en la vida, que posponemos para cumplir otros objetivos, para la felicidad de terceras personas o la satisfacción de otros intereses que no son los nuestros.
A tí que estás leyendo en este momento te invito a reflexionar, en este final del verano, sobre tu caso particular. Antes de volver a la vorágine habitual, en septiembre, con el inicio de un nuevo curso.
Hace mucho tiempo decidí no vivir todo el año esperando las vacaciones de verano, contando los festivos y puentes, o esperando los viernes desde el mismo lunes, porque también me pasó. ¿Y a ti?
Ahora mismo, disfruto las vacaciones de verano al máximo, pero no vivo todos los días del año pensando en ellas. Para mí, es todo un privilegio poder amanecer unos días frente al mar o en medio de la naturaleza, lejos de la gran ciudad, donde vivimos rodeados de ladrillo, cemento y hormigón, “desolado paisaje de antenas y de cables” como dice la canción de Joaquín Sabina.
Personalmente considero que el verdadero lujo y lo que me hace más feliz, es poder reencontrarme con personas: a algunas solamente puedo verlas una vez al año, o incluso menos, porque vivimos lejos, pero me encantan esos momentos compartidos que me llenan de vida y me ayudan a recargar pilas, sobre todo ahora que hemos recuperado los abrazos y los besos. Este verano he aprovechado para achuchar a un pueblo entero, donde tengo mis raíces, donde la gente te conoce y te quiere, donde siempre volveré, año tras año, porque en la sencillez de un pueblo de la España vaciada, en medio de la Serranía de Cuenca, yo me siento feliz.
Y ahora que termina el verano, pienso que las personas a quienes más quiero viven conmigo, un lujo diario que no me arrebató ni la pandemia, incluso en un confinamiento. Tenemos que disfrutar siempre, cada día del año, buscando momentos especiales y alegres en nuestra vida cotidiana, todas las semanas, con las personas más cercanas. Y si sientes que no es así, toma algo que haga tu vida más feliz: decisiones… porque la vida es una.
CARPE DIEM